jueves, 28 de agosto de 2014

A veces la poesía. Poemas.



A veces la poesía...
                                                        Por Eduardo Pérsico.                    
   
         Sigilosa  la tarde  va  sombra a sombra hacia la noche y allí  la poesía es un rayo que nos lacera el corazón,  o ambula entre vigilias de lento cigarrillo hasta anunciar el alba.  Más  si la poesía celebra solo que ‘las mariposas son flores desertoras  o graciosa inventiva de angelitos pintores’,  es un inútil suicidio de palabras.  Y sin que ni una palabra decline su sentido,  no carguemos con más lírica amnesia a este tiempo zurcido con  hilachas de trapo.   
    
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PREGUNTAS SIN OLVIDO.
                           
   ¿Dónde estarás, amor? Ni han devuelto tu nombre.
  El mismo que tan breve parecía, íntimo y diminuto. 
  cuatro letras de silabear tu nombre.

¿Es que tu aliento tibio todavía sobrevuela
 el aire de una cárcel feroz y sin ventanas?

¿Y tu ojos, amor?

    ¿Siguen siendo tan grises absortos y redondos, 
tus ojos de juntarnos decayendo la tarde? 
     Esos brillos amantes de la vida
en calles encendidas de canciones y pájaros. 

   Y también por tu ojos al reflejar los míos 
cruzarían los ultrajes de uniforme y absurdo. 
   Con niños sollozantes robados en la noche   
y la indolente mueca de banqueros y curas.

¿Dónde estarás amor?
¿No sostiene tu cuerpo caricias de mis manos,
ni a tu piel la desvela mi beso tembloroso?  

¿Y tu voz amor mío?
¿Ni me nombró siquiera al saberte arrastrada  
 y la gente impasible siguiendo su camino?

     ¿No me nombraste amor ni apenas esa noche
 sometida y violada?
    ¿El pronunciarme apenas fue tu olvido   
  en esa infamia perpetua de tu muerte? 

¿O tanto nos quisimos, amor,
que callaste mi nombre? 


AQUEL VECINO.

     El hombre se escribía sus versitos
iluso que una vez alguien dijera:
‘sí, es el que yo le digo, uno bajito
que vive aquí nomás, a dos veredas’.

    Nadie lo vería andar, sombra en la niebla,
perdiendo sin chistar sitio en la fila.
O ir soledoso algún domingo al parque
a charlar con el  caballo de la estatua.

   Cada renglón se volvería amarillo  
sin ese revivir de verlo impreso. 
El tiempo transcurrió sin registrarlo. 
Ni un guiño de atención. Menos que eso.

  La muerte lo cargó sin darle aviso
y una siesta, cansao, siguió de largo.
El hijo ni llegó, estaría en viaje.
Su mujer gimoteó más que llorarlo.

   ‘Por no cuidarse. Voy a extrañarlo mucho’,
ella que ni siquiera lo corneaba.
El mundo sigue igual. Sonó el vecino
que escribía sus versitos. Casi nada.
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         MIRAR DE PRIMAVERA.
        
            El setiembre ya pródigo de luz y veintiuno      es un vaso colmado de vino gusto a ganas.     Se ufana una muchacha soltar su pelo al viento
      y al pródigo despliegue de su blusa floreada.
            Hoy que el aire deshace casi como al descuido
      el nudo abigarrado que tejiera el invierno,
      el cielo de mi barrio, tan modesto y discreto,
       le propone al paisaje realzarle los reflejos.   
     
           Sonríe una vecina mi guiño cuando pasa,         hoy que acortó su falda por festejar el día.            ¿ Y si una tarde lograra convencerla 
      de aflojar ya sus riendas,  que el tiempo todo olvida..?
  
          Es propicio el deslumbre de soles derramados
      en invocar  momentos de remotos ancestros. 
         Cuando tras la incitante mirada al divisarnos           

        le seguiría el festejo de la especie desnuda. (2014)       


Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.

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