jueves, 26 de julio de 2012

Evita en el Club de los Ingleses. Cuento.


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Evita en el Club de los Ingleses.
                                                                       Por Eduardo Pérsico

- Y le digo señora que si usted viene de España a estudiar nuestra historia, algo de nosotros ya conoce y no creo agregarle mucho. Eso sí, de cuando pibe recuerdo la llegada de Perón en el ’45, y por abreviar cuando en 1948 Evita visitó mi barrio, le recito ‘Evita murió el sábado 26 de julio de 1952 a las veinte y veinticinco, y esa noche no hubo música ni en las fiestas familiares’. Mal o bien la gente respetó esa muerte y aunque esa noche a Lanús vendría Juan D’Arienzo con entrada a diez pesos, alguno protestó en el café y el gallego Germán, el dueño, nos rajó ‘todos a casa,  pendejos, que esto es algo serio’. Así que nos fuimos a la casa de uno a pasar la noche y nos aburrimos oyendo por radio que había muerto la Jefa Espiritual de la Nación. ‘Se sabía, estaba muy enferma’ y sin notarlo casi hablamos del asunto. Ahora le pregunto señora, ¿usted supo que al morir Evita las obreras de las textiles o las fosforeras de Avellaneda, - que antes a ella trabajaban once horas por día- la lloraron con lágrimas verdaderas porque ‘esa mujer’ las había hecho respetar. Ella nada menos, una actriz de radioteatro, treinta y tres años, a quien algunos llamaban la puta esa o La Mujer del Látigo, y hasta escribieran Viva el Cáncer’; un desprecio que es un dato sobre el estilo de algunos argentinos… Pero ya le digo, esa noche pasó y de la música sacra los mayores pasaron al póker y los dados; gran casino sin diferencia de peronistas y contreras, y en tanto muchos irían al velatorio otros se jugaban la guita a lo que fuera. Los pibes como nosotros, ni monedas, pero en el Social funcionó una ruleta y nadie preguntó más si Evita era más peronista que Perón; durante tres días se jugó fuerte y de verdad.

         Así que le cuento. Por el ’48 yo hice el último del primario y vi a la señora María Eva Duarte de Perón en el Club de los Ingleses, bien de cerca. En Escalada existía ese lugar donde los sábados unas señoras de pollerita blanca porfiaban en embocar la bocha entre unos alambres, y por la noche entrenaban unos del rugby que nosotros no sabíamos cómo no terminaban todos a las piñas. Así que del colegio ahí fuimos de guardapolvo blanco a ver a Eva Duarte que nos diría ‘ahora los ferrocarriles son nuestros’; y también que ese Club no sería más de los ingleses y sería el Club Ferroviario, y nosotros jugaríamos al fútbol. Era noviembre, todavía hacía algo de frío y el sexto grado de la escuela dieciséis de pie frente a Evita; y no le digo más porque yo hoy la imagino como luego supe que fuera ella. Delgada, de piel transparente y cuando fui más grande supe que tenía muy lindas piernas. Evita era una linda mujer y bastante inteligente, dos condiciones que entre quienes la llamaban ‘la yegua’ jamás le perdonarían. Así que luego de bautizar al Club Ferroviario nos dieron un sánguche y al cruzar la avenida que reconstruyeron ese año, la Ñata una amiga de mi vieja avisó ‘decile a tu mamá que Evita tenía unas medias que valen un dineral’.  Y o a mi vieja de eso ni media palabra pero en mi memoria veo a muchas personas subiendo a un camión para ir hacia otro festejo con Evita por ahí cerca. Todavía no había bombos ni cornetas pero esa gente disfrutó nacionalizar la flota, los ferrocarriles y los aviones sin pensar que con los años otros festejarían vender los teléfonos, el petróleo y los adoquines.
. Sí señora, eso en política es universal y por más que Evita al cambiar de nombre al Club de los Ingleses pronunciara ‘independencia y soberanía’,  no muchos saben que eso incluye el exigir, una actitud que es la dicha mayor de toda multitud. Y por eso le repito, cualquier gentío se siente más persona si viene de los barrios y ‘del subsuelo de la patria’, - como dijo un escritor nuestro- si hombro con hombro puede gritar Viva Viva sin pedir permiso a nadie. Porque ya hora enterarse que el gritar Perón Perón significó la liberación psicológica del obrero ante el patrón, que no es poco, como también que embestir al enemigo que nunca se rinde es algo más difícil y nos llevará tiempo.
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Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.

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