lunes, 23 de julio de 2012

Dudas del Mingo Echeverri con aquellas francesitas.


   Dudas del Mingo Echeverrí  con aquellas francesitas..

                                               Por Eduardo Pérsico. 

     El furor por afrancesar el tango, estragado por cierto aluvión parisino de musetas, mimises, yvetes y manón, al Periodista Especializado Mingo Echeverri le produjo escozores con ciertos extraviados del espíritu popular, con perdón de la palabra. Aunque se disculpara por rozar de refilón al inigualable José González Castillo por aquella mezcla rara de pizpireta que trajera la poesía del Quartier, - más que Barrio digamos Rioba-  y francesita que soñaba con Des Grieux sin hallar a su Duval para morirse en París a lo Margarita Gauthier, bien Dama de las Camelias. Y a su Griseta, - tango romanza sin canyengue y tragicomedia en broma- mucho lo celebraría esa engolada especie de frecuentar boliches y tutearse con trasnochadores conocidos; de parlotear luego sobre cada misterio de la madrugada, lo recóndito de cualquier nostalgia y atribuirse la amistad de los duendes oníricos del vino. Digamos, esos nocturnos líderes de Buenos Aires tan profanos de los apretujones madrugantes por no llegar tarde al laburo, y también ajenos a los apremios a las pibas fabriqueras que cruzan la plaza de Lanús a las cinco de la mañana a veces cuando hace un frío que ni te cuento. Algo que bien apreciara el Mingo Periodista Especializado que jamás viviera engrupido de ser un laburador condenado a bailar siempre con el enemigo, por decir algo, pero a quien agarrarlo malparado para discutir cómo somos los naturales de esta comarca, resulta más difícil que recular en chancletas. Porque este insigne natural de aquí, sin jugarla de héroe que se inmola por valores que vaya uno a saber, al sentirse del lado de la razón se prende contra cualquiera de los engreídos ‘referentes nacionales’ que suelen desplegar ante cámaras un incierto ideario de los argentinos. Y así nos repiten la misma patraña recitada por sus abuelos tiempo atrás, que ante la dinámica actual es una eternidad o masomenos…

              Pero claro, como nuestro hombre curte la buena leche de averiguar, por el libro de un gomía supo cómo por 1874 una partida de milicos iba de trote parejo tras el matrero Juan Moreira: recién despuntaba la mitad del otoño, fin de abril, y en la cuneta de la casa de putas Café Pompadour aún brillaban los cristalitos de la escarcha. Buena señal si uno pretende un invierno llovedor… Si amigo, le dije Café Pompadour y por 1874; es que ya nos venía de antes nuestra pretensión de ser extranjeros…

            La calentura franchute por el tango sí existió, no es broma, y esa fiebre no quedaría en los cabarutes de París donde por 1920 el Ricardo Güiraldes, -‘el mismo escritor que por ahí luciera dotes de bailarìn pero minga de milonguero’, lo calificara el Mingo- lo vió expandirse por salones,  teatros y hoteles de moda. Al menos eso le contara al Echeverri don Francisco Canaro que por 1925 con sus músicos vestidos de gauchos, actuara en los salones parisinos más costosos con clientes como Rodolfo Valentino, ‘que no aprendió a bailar el tango ni apretado por la cana en tanto el violinista Jascha Heifetz se la rebuscaba bastante bien’. Sí, el fenómeno duró años y en ‘El Garrón’, boliche de un argentino, luego que cerraban los dancings  más caros para los tangueros seguía abierto hasta el amanecer, y esa aceptación francesa escandalizó en Argentina a la selecta revista ‘El Hogar’ hasta opinar ‘los porteños decentes de la buena sociedad se preocupan porque París les quiere imponer el tango argentino’. Hasta ignorando esos pelotudos que esa música ya se oía en cualquier teatro de Buenos Aires; el sainete impuso el éxito popular de los tangos con letra, haciendo que en todos fuera infaltable un primer acto en un conventillo de arrabal porteño y el siguiente en un cabaret de París. Historia pura.  

      Pero los tangueros persistieron tanto con la francesidad, que cualquier polaquita de Galitzia reclutada y traída por la organización Varsovia y aquí Zwig Migdal a putanear en los prostíbulos de Dock Sud, - hoy una veintena de ellas engordan el recatado cementerio de la calle Arredondo, en Avellaneda, a cien metros del municipal la calle Agüero- y aunque mayormente fueran rubias y sus ojos celestes no portaban nombres como Germaine o Jacqueline, según se difundiera. ‘Che tano, ¿así que la Galleguita del tango también era francesa?’, alguien cargó al  Julián Centeya por su pergeño ‘a mi Claudinette pequeña y tan querida me la negó la calle de París’. ¿Qué…?

       Y aunque el griterío de ayer hoy a nadie interese, aquel afrancesamiento de los argentinos encubre un doble perfil: uno es aguardar entre nosotros que nos digan quienes somos, y así registrarnos más allá de nuestro mapa. Y el otro, mucho más jodido según el Mingo Periodista Especializado, ´en nuestra comarca persiste gente que viaja mucho y que por sentirse extranjero, hasta se agranda por nombrar en francés a un prostíbulo en medio de la pampa’. (2012)
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Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.


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