miércoles, 12 de enero de 2011

Fragmento de El Olvido està en Libertad. Novela. .


De ‘El Olvido està en Libertad’, novela de Eduardo Pèrsico, Futuro, enero de 1986

Capitulo 17. Diciembre de 1975.     
    
     A Quelo Varela ese fin de año tambièn le asqueaban las enunciaciones vanas y las grandes frases. “Este paìs serà el artìfice de su propio destino”. “Valores consagrados de la tradición contra intereses extraños al sentir nacional”; cuànto palabrerìo.si en la madrugada ambulan pibes idiotas de hambre. Què ganas de llorar la puta que nos pariò, se repetia y acumulaba una llorada calmadora de angustias, según hicieron tantos en mitad del ’74 con gimoteos desde la ingle ante la muerte del viejo Peròn. Cuando entre lloradores se colaron antiguos mandones, usadores del Poder, viejos y novedosos camaradas de armas, y tantos perpetuos sindicalistas con sus serviles guardaespaldas  empujàndose por una posición ante la cureña y su magnìfico cadáver. A èl le dolìa la frase ‘a peròn peròn que grande sos lo pueden heredar sus enemigos que odian al pobrerìo’ que dijera su amigo Jorgito, pero esa certidumbre de llanto acumulado por esos dìas lo atenuaba con Marìa Victoria, ùnica dueña de un negocio en Témperley sin mucha necesidad de ganar dinero y librera casi para entretenerse. Hermosa cuarentona de pelo corto y lejos de jugar en veteranas por su brillo pìcaro en la mirada, la justeza de sus nalgas y piel intrigante para ser devorada en besos mordisqueados de calmar la soledad y la frustración decada uno. Cuando Quelo la visitaba ella saludaba ‘hasta mañana’  a Liliana; su prescindible empleada y creciente mirona del vendedor, señor Varela; y ante tantas miradas en francès de la chica èl recibò un aviso de su angel atorrante y no perdiò tiempo. Diciembre descolgaba barullos de celebración y en tres breves contraseñas Quelo y Lilianita se convocaron a encontrarse ‘de casualidad’ en un bar cercano. Enseguida Quelo admitiò lo gratuito que eran sus versos cameleros ante esa liberada veinteañera estudiante de psicologìa que no ofrecìa resistencias,  y asì le desmañaba su machismo no habituado a perder por decisiòn del contrario.
- Vamos un rato a un lugar màs tranquilo - – le propuso la gatita serval embutida en unos ‘hot pants’ de moda, y ahì Quelo tuvo la sensación de cambiar de dìa sin saberlo.

El hotelito màs cercano estaba sobre la calle Pasco, dos pisos de habitaciones amontonadas con ventanas a un patio de estacionamiento, y con Lilianita bien entrenada en ejercicios de alcoba la sesiòn era discreta. Sin exprimentaciones ni acrobacias rebuscadas con un poco de ternura eso sì, la imprescindible, asì que pasado el primer encontronazo era natural fumar un cigarrilo mirando el cielorraso y dejarse hormiguear el vello del pecho al demorar alguna caricia sobre las colinas de la hembra joven. Separados, individuales y casi lejanos de ese ùnico cuerpo que se realiza entre dos cuando el amor es cierto.
- No me dijiste si estàs casado. ¿Tenès hijos? – preguntò la chica y los ruidos que llegaban de la otra habitación le hicieron pensar a Quelo que si algo no cambiaba en las amuebladas por hora era la intimidad ambiental. Se escuchaban grititos en la pieza contigua, pasos apurados y de pronto voces de orden desde el pasillo. Y Lilianita seguìa con su cuestionario del descanso, primer tiempo, en todo el àmbito los ruidos fueron creciendo y acallados de pronto. Por ahì un grito muy agudo se apagò de golpe, el traspiè de alguien apresurò la escalera y los tironeos ya eran pared por medio.

- De chica aprendì que a la gente mayor como vos debemos tratarla con  cariño- quiso bromear la chica ajena al resto. Y Quelo le dijo ‘dejate de joder y si entran quedate tranquila y no grites’ mientras se abrochaba la camisa y dos detonaciones atenuaron un chillido angustioso. Un miedo pegajoso lo doblegò al escuchar los pasos tancercanos y hasta maldijo estar ahì con esa pendeja espectacular ‘pero una tarada si no entendìa lo que sucedìa’. Afuera crecìan forcejeos, golpes, dientes apretados, resistencias hundidas en algùn sollozo y alguien que atinò a gritar ‘hijos de puta ella no tiene nada que ver’.
       Al descorrer apenas la cortina del ventanal divisò un auto maniobrando para buscar la salida. El chofer, un gordo de camisa colorinche por encima del pantalón y una careta de goma sobre la cara, bajò del auto y ayudò a tironear de los pelos a un tipo flaco que vestìa sòlo un vaquero azul. La incipiente luna de diciembre alumbrò las manos atadas del muchacho al voltearlo sobre el asiento trasero y el enmascarado en tanto hacìa lugar en el baùl del auto. Ahì Lilianita encendiò dos cigarrillos de espaldas a la ventana.
-         Tomà mi amor, fumà y contame que estàs viendo – y Quelo no respondiò. Abajo se veìa el coche con el baùl abierto y algo terrible lo congelò al ver embutiendo en ese hueco a una muchacha; largo pelo negro, mal envuelta en un sàbana con manchas de sangre y una pierna tostada le colgó unossegundos afuera antes de cerrar la tapa. La luz de la noche se le abatiò por ùltima vez y el Falcon gris saliò sin apuro.

Pasado un rato el silencio era imbatible y no queriendo seguir en el papel de tipo grande y asustado, Quelo Varela se esmerò en reflotar alguna ocurrencia que lo devolviera a la cama. Pero a pesar del entusiasmo de Lilianita no hubo caso; aquella fiestonga de fin de año fue organizada en unj ambiente muy ruidoso, animado por màscaras no invitadas.     
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