viernes, 15 de octubre de 2010

CUATRO FUTBOLEROS. Cuentos.


VIVAN  LOS DE  BLANCO,  MARICÓN.

- Vea don, a este paraje solía llegar una locomotora de trocha con dos vagones que sobraban para traer y llevar lo que fuera. A usted pueden servirle unas fotos del paradero adonde el trencito arrimaba cada miércoles y se iba como a las tres, – le habló al de cámara fotográfica el carrero don Lindo, quien hacía veinte años con su carretón de cuatro ruedas reemplazaba al trencito viniendo de Totoral, unos diez kilómetros.

El carrero decía su libreto como si acompasara el trote de la yunta; sin renglones ausentes y bien ensayados, acertaba nombre y fecha de las cruces que sobresalían de la huella.

- Vea, yo creo que al fin la muerte no sirve de nada – supo repetir por aquel sendero sin sorpresas que él anduviera de ida y vuelta tantas veces. Luego del primer rato, parecía que don Lindo, - un apelativo si existen para un carrero- ordenaba cada sentencia con palabras dictadas por esos potreros resecos y cruces de memorar muertes. Tan opacas que no las visitaba ni Dios. Entonces y por ahí, trote a tranco don Lindo le anoticiaba a su acompañante cierto asunto de dos paisanitos que ni alcanzaban los veinte años cuando se enfrentaron por un mundial de fútbol .

- ¿Y cómo sucedió, don? – inquirió el de la cámara.
- Ni me pregunte, algo feo de verdad. Usted sabe cuánto entusiasman los mundiales y por una de esas discordias sin valor que van creciendo, los dos muchachos sin odio y como en un juego acabaron embistiéndose más allá de todo. El hijo del único bolichero del lugar trenzado con el negrito que cuidaba ovejas del otro lado del cerro, nada imprevisto pero bien feo.
- ¿Se conocían?
- Desde siempre, de cada día y a cada rato; todas las tardes ni bien el negrito de las ovejas terminaba su trabajo entraba al almacén, se sentaba sobre un cajón y desde ahí se hablaban. El hijo del bolichero alardeaba con su cuchilla de cortar fiambre y el otro fingía esconder algo bajo el cuero que le hacía de chaleco, nada cerca de algo serio, pero llegado un mundial de fútbol se agrandan los enconos menos serios y más baratos. Y por una de esas, - aclaró la voz el carrero- una tarde los dos se hallaron viendo un partido sin más gente alrededor.
- ¿Vos de quién sos? – oyó el negrito. Tal vez dijera que ni sabía quién jugaba, si aquello de mirarse a saltos al fin cubría la ceremonia de pasar el tiempo sin decirse nada; hasta ahí dijo don Lindo y el fotógrafo le malició cierta urdimbre en el relato que no le dijo.
- Sí, yo elegí a los de blanco. ¿Y vos? – apuró el de tras el mostrador.
- Entonces yo soy de los color marrón – dijo el de las ovejas y ambos se callaron. El anochecer se iría insinuando y cuando hubo gol de los de blanco, el chico del boliche se lo gritó en la cara al sentado en el cajón. Pero cuando los de marrón igualaron el negrito tambén lo gritó y como enseguida ocurrió el segundo gol en contra de los blancos, él salió del local riéndose a carcajadas. Quizá sobre esta misma escena el tiempo hiciera lo suyo, pero el hijo del bolichero no soportó ‘la ofensa’ y con la cuchilla de cortar fiambre enseguida encerró al otro contra el barranco.
- Vivan los de blanco, maricón – lo encaró de frente y quizá llegara a puntearlo, pero el negrito lo manoteó y juntos se dieron contra ese frontón de piedra despareja, diez metros más abajo. Todo sin el mínimo lamento, - redondéo el carrero y dejó que el de la fotos enfilara al rastro del paradero. Ya contado el asunto al rato volvieron a transcurrir la huella y don Lindo volvería hablando de otra cosa. (6/010).

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SÁBADO A LA TARDE, LEJOS.
                                                       

     El hombre, profesor de español o spanish professor, según, esperaba en Miami su conexión a New York un sábado a la tarde y se distraía viendo a unos de sombreros y tacones que sobreactuaban su versión yanki de zona rural. Estos vuelan a Tampa, se dijo al oír sus palabras nasales y fingirse recién desmontados. Los tipos se imitaban a ellos mismos confundiendo el  ‘Ser’ con simular ser; cowboys que cuando pibe llamábamos convóys.
       The professor volvía de Waco, cerca de Dallas. Sumaba ya treinta años viviendo en USA donde al llegar lo conmoviera tanto paisaje irrepetible y el aire trayendo y alejando los sonidos. Por suerte el viento está libre de orgullos nacionales y de cartógrafos que discuten límites, pensó cuando alguien copó el salón de espera dando  los brincos y chillidos de la polca peliculera donde la chica rubia se casa con el  muchacho, valiente y trabajador...
     
          Tanto tiempo lejos de Argentina entraban a dolerle. Los freeway vigorosos y las cascadas dando contraluz a la montaña ya le fatigaban la mirada, y acaso debiera rearmar su asombro ante tantas estrellitas y panoramas gigantes. ‘Hay que quitarse  tanto paisaje y sobrecarga sensorial’, recordó comentar  una noche con Mary, su mujer. Y al mirar a un pelirrojo que levantó  una ceja desechando verlo, le sugirió ‘este cree que yo dinamité las Torres’…
       
       Volvía de cuatro semanas en Waco University, rutina de su clase en el Hispanic Departament a la orilla del Brazos Ríver y de ver apagarse la tarde. Eso sí, siempre a mano los  whiskys en aquella atmósfera de "Lo que el viento se llevó", su visión  demorada del sur que tanto le reprochaba Mary, quien lo aguardaría en el departamento del Village.

           Conocer es reconocer, pensó que diría Platón sin hablar de herencia genética ni cosa parecida cuando lo distrajo ver a un vaquero al ajustarse unos audífonos. Hacía muy bien el cowboy en oír música country, aunque si Platón entendía que la memoria humana; lo sufrido y amado;  era la ilusión de estar soñando un sueño, ¿qué le resucitaría al tipo aquel hacer sonar sus espuelas en un aeropuerto? Aunque empujarle metafísicas a ese valiente personaje,  - según la invención literaria de Zane Grey- no era tarea para él. Un latino enturbiado por cuatro whiskys que además lo hacían añorar las palomas de los bares porteños, picoteando maní entre los bebedores de cerveza. Y por ese mismo borde etílico recibía el ambiente futbolero de un Los Andes versus Témperley cuarenta años atrás, memorable tres a tres sobre la hora. ¿Aquel empate fue también una idea de Platón..? 

- Pasajeros a Denver, puerta diez - y uno alisó su sombrero al estilo John Wayne al desenfundar. A estos pelotudos que viajan a Tampa, - retomó the professor- les contaría de las presuntuosas palomas de Plaza de Mayo pero también de los torneos del sesenta, las épicas de Talleres de Escalada y las luchas tribales entre Almagro, San Telmo y Defensores. Y por favor, respeten mis cuatro whiskis from Dallas a Miami, yankis giles, porque a ustedes, ¿quién los eligió para marcarnos el paso y el camino? Presumen a puro sombrero, tacos y espuelas en Miami Airport que pueden cuánto quieren. Todos se sienten ‘wasp’; white, angle, saxon, protestant, mientras el mundo cada día les queda más lejos y ustedes siguen negando que sin acrobacias de alcoba con negras, asiáticas  y latinas la humanidad es puro verso. Vamos vaquero,  ustedes son buena gente, - saludan, sonríen- aunque son viva viva la soledad y por tanto ignorar al resto ni vislumbran el desprecio ajeno. Y al no saber exhiben orgullosos sus jardines con la ardillita que corre sobre la cerca, sin atisbos de  músculo en el alma. Viven acallando  el cañón de la palabra meta watching y watching TV en el salón de estar, desolados que cumplen un albedrío con instrucciones: ´circule con precaución, no trespassing y stop que te vigilan, yanki’. Así que no jodamos, sabemos quiénes son y por respeto a mis tragos, dejemos todo como está…
       
         Los vaqueros se desgranaron por el salón y the professor deliraba viendo lazos desplegados, alguien silbó al caballo Silver y el resto midiendo quién meaba más lejos. Qué aburrimiento mientras en Buenos Aires serían las cuatro de la tarde, sobre el campito de Gerli caería  un íntimo sol y en la tribuna de espaldas a la vía resonarían alientos y zapatasos. Y de vuelta en casa, qué oportuno sería un asadito con los amigos, comentar el partido tomando vino tinto; artera fantasía que entró a zumbarle en el cerebro junto al instinto de las palomas, Platón y las alienaciones del conocimiento.
-Pasajeros a New York, puerta catorce –  anunciaron y ahí the professor,  balanceando el cuerpo, preguntó al del audífono algo sin traducción posible.
- Che convóy, ¿no sabés cómo va el Porve? *
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      *  (El Porvenir,  tradicional equipo de los sábados en Argentina)
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VIBRANTE  IDILIO EN  EL ATLÉTICO.


- Le cuento, yo trabajo en una imprenta y el patrón, que hace la revista del Atlético, me mandó este sábado a cubrir el partido con Lezama Juniors porque él tenía una investigación periodística, se sonrió.  
- En la entrada lo ves a Serafín y anotá los goles que el resto lo escribo yo – y para dar mejor imagen me prestó un anotador de tapa dura y unos anteojos negros de los mejores. Llegué y el portero Serafín que conozco de pibe me saludó ¿’así que ahora sos  periodista y representante de jugadores, vago de mierda’?, y me ubicó en la platea de privilegio. Para mí una novedad y ni bien me senté surgió como un surgimiento ante mi vista la mujer más linda que vieron mis ojos… Sí, me gustan las frases lindas y le cuento de una morocha brutal enchufada en unos pantalones brillosos para enloquecer. Al preguntarme cuándo empezaba el partido yo ajusté los anteojos y la voz para decirle ‘en diez minutos’, pero le clavé a fondo la mirada fatal que tanto le gusta a las mujeres si yo las miro. Por supuesto, ella ahí mismo sintió mi personalidad como un golpe al corazón y entornó los ojos redondos y negros como dos luceros negros. Pero conmigo ojo porque se me ocurrió si la mina no pretendía sacarme del análisis previo del encuentro, aunque los dos ya flechados en lo profundo y miraditas van y palabritas vienen, se descargó un chaparrón que aprovechamos  para  acercarnos más. Algo pasajero pero lo mismo uno abrió una sombrilla grandota y otro de arriba le gritó ‘che frenchiberuti, cerrá el paraguas que ya somos libres’. Yo no entendí de qué se rieron cuatro o cinco tipos pero a la morocha y a mí casi nos joden el encanto. Esas cosas… Sí, en esa parte me duele bastante pero le sigo contando: empezó el partido, yo anoté el título de la nota Vibrante Triunfo del Atlético ante los Sanitarios de Lezama y a ella la deslumbró mi periodismo de anticipación, me dijo  aunque de entrada nomás la bestia Candotti, ese  animal del Lezama, nos  embocó un cañonazo de treinta metros y uno a cero. Entonces el Atlético reaccionó todos arriba alma corazón y vida, hasta que al petiso Pérez lo barrieron en el área y penal a favor nuestro. ‘Una instancia culminante del juego’, anoté con la mina cada vez más encimados. Un viejito de los vitalicios pidió ‘que lo tire el bizco Páez que  desorienta a los arqueros’ pero otro viejo le recordó que Páez había muerto en la navidad del ‘48 cuando gritó Muera Perón en la cola del pan dulce. Así que se preparó a patearlo el burro González ‘que bajo un denso y expectante silencio tomó carrera desde media cancha’, casi escribo;  pero la pelota pegó en el cartel del  Supermercado Fénix, en la vereda de enfrente, y la multitud de casi doscientos insultó a coro a la mamá y la hermana de González con frases irrepetibles’. No las anoté pero las recuerdo y ya le dije, ahí no me duele tanto doctor, más abajo.

      Al terminar el entretiempo y recomenzar el partido la morocha me convidó un caramelo, apoyando su mano en mi muslo que todavía la siento. Así que con mi clase habitual le pregunté ‘de qué medio periodístico sos’, ella frunció la naricita ‘de la revista El Gatito. ¿No la conocés?’. Toda una respuesta que me hizo subir la calentura a tres mil y en la misma jugada  al zurdo Jiménez le dieron una patada criminal, el referí no cobró, ellos salieron de contragolpe y dos a cero para los Sanitarios de Lezama. ‘¿Y ahora qué me dicen de los Derechos Humanos’, se largó el presidente del club, ‘no permitamos que en este viril deporte prolifere la tortura violenta’, pero el dueño del cabaret del barrio que ahora también es diputado del socialismo cristiano, lo hizo callar por eso de los humanos  ‘que repiten los comunistas’ y no tenía nada que ver. Mientras el partido seguía y con la mina íbamos a fondo ‘un delantero visitante de pura casualidad eludió a cuatro defensores del Atlético y anidó el esférico entre las mallas’. Tres a cero y a llorar a la iglesia, aunque si un día visita el Vaticano y le juran que Dios existe no le crea, es mentira. Ay, ahí sí, duele…Al fin íbamos saliendo y para que la morocha captara mi calidad natural le hice la pregunta clave en la orejita ¿cómo te llamás? Ella me suspiró ‘cincuenta dólares’ y sentí que en dos palabras me transcurriera un siglo.

¿Usted me habilita a contarle rápido qué sucedió de verdad? Al oír ‘cincuenta dólares’ en vez de gritarle igual que a González yo me quité los anteojos como si  terminara un verso y nos acercamos sin hablar ni bajar ninguno la mirada. Era linda de verdad, tal vez pasamos un minuto mirándonos con las manos juntas y cargadas de cierta dulzura dolorosa, algo que usted ni esperaría escuchar. Bueno, en ese momento yo pensaba sin pronunciar que cincuenta dólares jamás los había visto, porque era un pobre infeliz que recién vivía las dos horas más lindas de su vida, en tanto ella no me soltaba y su mirada se hizo más tristona, o dulce, no sé, para avisarme que sabía todo esa verdad que la gente parecida a nosotros nunca pronuncia. Para final me acercó algo sus labios para hacerme sentir ‘gracias, yo también’ y sentí sus uñas hundidas en mi piel  al irse apurada. Porque claro, eso pasa entre personas como ella y yo; se nos venía su amigo, marido o queseyó a imponer que no siguiera perdiendo el tiempo. Y si yo estoy aquí, doctor, usted no necesita imaginarse nada más. .
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     FUERTE, ABAJO Y LEJOS DE  MICHEL FOUCAULT.


         
         Cualquiera que atajara la pelota que a Jorgito Chopin le sacudieron aquel sábado en San Isidro, no hubiera hablado de otra cosa, pero él anduvo por el vestuario exhibiendo los guantes mágicos color rosa recién estrenados que le protegían sus dedos de pianista, y riéndose. Los locales quisieron  mostrarse ante su gente jugando contra Once Corazones un partido durísimo  y cuando el loquito Chopin agarró la última pelota con las dos manos, se fueron a llorar a la iglesia...
        
      La gente miraba desde unos escalones sobre parapetos de caños y era una linda tarde para jugar. Un sol de octubre, muchas minas vistosas,  unos pibes rubiecitos chillando y Once Corazones propuesto a jugar  prolijo, como siempre, pero   chocaron contra un equipo de camisetas de rugby y pierna demasiado fuerte que  protestaba  todo, así que decidieron no discutir con nadie sin descuidarse atrás. El ambiente se iría calentando, los jugadores, socios y familiares del San Isidro le reclamaban al referí el reglamento íntegro y ¿qué cobrás, hijo de puta? era lo más suave, y los línea se conviritieron en dos asustados personajes. A los Once también el público los alentaba: ‘negro de mierda’ o ‘judío asqueroso’,  y al narigón Aguilera que se divertía al esconderla bajo el pie izquierdo, una señora con un conjunto deportivo blanco; buenísima, le indicó ‘zurdo putito, no te hagas el vivo que te desaparecemos’. Por el segundo tiempo el Nene embocó un gol que casi no gritaron y ni ahí luego toquetearon la bola para perder tiempo. Había que irse tranquilos y sin calentar a nadie porque ya las mamás de los nenes rubiecitos les puteaban la tercera generación y en el final, uno a cero, cuando el referí apenas miró el reloj tres tipos de pelo engominado entraron al campo y chau ‘fair play’ para gente bien vestida. Uno de bigote cacheteó al juez para recordarle algún artículo escrito en inglés, ‘vos de aquí no salís, la puta que te parió’, otro bigotudo le manoteó el cogote y el partido, reglamentariamente, prosiguió. De inmediato centro al área de Once Corazones, penal del hombre invisible y en segunda escena del griterío y el Chopin ajustando sus guantes rosas, se ordenó la ejecución. El cuatro alisó el pastito con la pelota pidiendo ‘que no se adelante el arquero’, el referí le gritó a Jorgito ‘no se mueva de la línea’ y quizá sumara algo menos estridente. El de San Isidro tomó tres pasos de carrera, hamaque de Chopin y la inatajable bola abajo al rincón izquierdo hizo ‘chaf’ contra sus guantes y quedó seca. Hubo un silencio metálico, del fondo salieron jugando bien lejos para nadie, el heroico referí se animó a pitar el final y los dueños de casa lo siguieron puteando hasta el vestuario. Pero el hombre sobrevivió. 
     
         El penal que atajó Jorgito Chopin fue impresionante pero recién lo comentó  en el tren de vuelta con el Quelo Varela, el vendedor de libros.
- El referí era un turro. Sabía adónde pateaba el otro, me gritó no se mueva de la línea pero entredientes me aclaró ‘abajo, a tu izquierda’.
- ¿Y eso no fue una demostración de poder con mayúscula? 
- Qué lástima Quelo; no le pregunté si había leído a tu amigo Foucalt - y los dos se cagaron de risa.
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