jueves, 30 de septiembre de 2010

Ceuta.


A ese lugar por donde anduve la última vez en 1987. 
  
Aquí vendrían los moros a ver el mar gigante
y tal vez antes de ello todo sería silencio.

   Llegarían remolinos del desierto infinito
 y las alas del pájaro serían infatigables
al cruzar la distancia desolada y desnuda.

   Dormiría en la arboleda un delirio de verdes
en errátiles días de horarios intangibles.
   Ni alguien recogería el fraseo de la lluvia
buscando la primera versión de una palabra.

  Tal vez, del monte Hacho se desprendiera Dios
en algún mediodía de soles desbocados.
Y acaso mostraría azorados sus ojos
cual gaviota extraviada en su propia tormenta.
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